En esa hora maldita

En esa hora maldita

jueves, 20 de noviembre de 2014

El teatro (I) Una canción, un reflejo.*

Abrió la puerta y entró sin parar hasta la barra. En la calle unos miserables 3 grados ayudados por una ventisca polar cortaba la piel del valiente que se atrevía a salir de casa.
Entrar en el bar era como entrar en otro mundo. Al menos 22 grados de calor humano, risas, ruido, un ambiente ligeramente cargado de la mezcla de mil perfumes...
Carlos se sentó en la barra y cuando iba a pedir fue consciente de la canción que estaba sonando, era una vieja canción de Sabina que hacia tiempo que no escuchaba, "Princesa" se llamaba. Al pensar en la canción no pudo evitar que sus labios dibujaran una mueca entre sonrisa y dolor, esa mueca de cuando te sabes vencido. Ella volvió a sus pensamientos otra vez. Ella, tan irreverente, tan arbitraria, tan arrolladora como siempre, volvía a su cabeza sin pedir permiso. "-normal-" pensó. "-Pedir permiso nunca se le dió bien-". Por un instante esos meses de su vida pasaron por su cabeza como un torbellino, como la película que dicen que ven los que miran a la muerte de cerca. Recordó el día que la conoció y como empezaron a hablar de la canción que estaba sonando (Princesa) y cuanto les gustaba Sabina. Empezaron a charlar entre cervezas animadamente mientras un calorcillo iba surgiendo en sus almas y las miradas de uno quedaban atadas a las pupilas del otro...
Los días pasaron y aquel sentimiento se hizo fuerte, cenaban juntos muchos días, salían juntos a quemar la noche del fin de semana...
Ella era el centro de las miradas alli donde entraba; hasta le regalaban copas los camareros, pensando que un bombón así, sin duda atraería muchos clientes de los que necesitan ahogar su exceso de testosterona en alcohol. El se pasaba la noche rezando para que ninguno de aquellos patéticos complejos de inferioridad disfrazados de frases hechas, sonrisas profident , cuerpos de gimnasio y vasos siempre llenos, no despertara en ella la curiosidad suficiente como para relegarle a un segundo plano...
Otra mueca se dibujo en su rostro al recordar como habáa decidido olvidarla y apartarse de ella. En general intentaba apartarse de las cosas que pensaba que le iban a producir dolor y tristeza. Unos lo llaman cobardía, él le llamaba supervivencia. No quedaba mucho corazón que romper y no toleraba bien el dolor frío y punzante  de las relaciones que terminan. Así que siempre decidía apartarse antes de que las cosas fueran a mas y esta vez no fue una excepción. La diferencia es que esta vez parecía no haber llegado a tiempo. Sólo hacía una semana que habia decidido retirarse otra vez de los bares y las noches de sábado y también de ella pero no conseguía quitársela de la cabeza. La echaba de menos. Mucho. Demasiado.
Con un hondo suspiro, volvió a la realidad siendo consciente de que tenía lo que había querido tener y por tanto no podía quejarse. Su instinto de supervivencia había vuelto a ganar.
Miró al frente para localizar al camarero y sus ojos se quedaron fijos en el espejo de detrás de la barra. La música (aun sonaba Princesa) era mas nítida, las risas se oían más fuertes  y su corazón había dejado de latir al compás de una marcha fúnebre para empezar a hacerlo al ritmo de un rock & roll.  El espejo le anunciaba que ella estaba allí, detrás de él. Carlos agradeció aquel reflejo hasta el infinito y una sonrisa iluminó su cara, aún sin querer.
- Ya te dejo en paz. Sólo dime que tienes lo que querías.- Sus ojos se clavaron en los de Carlos.
- Lo cierto es que no.- Susurró Carlos.
- A tí lo que te pasa es que tienes la cabeza llena de pajaritos. Anda ya pido yo.
Carlos no dijo nada cuando los labios de ella tomaron los suyos al asalto. Despues oyó como el camarero preguntaba:
-que va a ser preciosa?
-Dos gin-tonic, por favor- contesto ella - El mio de Hendricks y para el tonto este, de Nordés.
Carlos sonrió mientras sonaban las últimas notas de la canción.
- No es demasiado tarde, princesa. No lo es - Pensó mientras la cogía por la cintura y la traía hasta el.
Carlos la miró y supo que nunca se volvería a apartar voluntariamente de ella. Nunca.


* Inspirado en El Teatro (Sesion Golfa)  de www.aullandoenverso.blogspot.com.es


2 comentarios:

  1. Lo que no consigan las canciones de Sabina... :)

    Me alegro por Carlos, hay quien opta por la "supervivencia" sin grandes riesgos y no tiene una segunda oportunidad. Chico afortunado!

    Gracias por compartir este estupendo relato.

    Un abrazo.

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