En esa hora maldita

En esa hora maldita

viernes, 28 de noviembre de 2014

El teatro (II). Una mirada lasciva *

Se acercaban las fiestas navideñas y las calles del centro hervían.  La música navideña, las luces que decoraban las calles y las risas de la gente acababan sincronizándose y produciendo sin querer gran parte del ambiente navideño, tan típico del mes de diciembre. Carlos iba andando enmedio del bullicio sin un rumbo concreto, en general el ritual de las compras navideñas no le emocionaba lo más mínimo. Consideraba que era como la gripe, algo que traía el invierno y que habia que sufrir una vez al año. Aprovechaba la multitud que deambulaba las calles para estar sólo. Pocas veces era tan consciente de su soledad como cuando se sabía un individuo invisible en mitad del gentío. Era una sensación agradable.
Se paró delante de una librería y no pudo evitar fijarse en ellos: Un par de adolescentes que, apoyados en una esquina de la librería libraban una encarnizada batalla de besos, de esas en las que ambos contendientes acaban siendo vencendores y vencidos. Sus caras se separaron un breve instante. "Una tregua, hay que respirar de vez en cuando" -pensó Carlos divertido. Se fijó en sus miradas, se miraban el uno al otro como si nada más existiera, como si fueran a explotar de deseo en mitad de la calle. Miradas provocadoras que marcaban un nuevo asalto en su guerra particular.
Carlos no pudo evitar que su mente lo llevara a revivir la última vez que se sintió mirado de esa manera. Se le erizó el vello al recordar como los latidos de su corazón se acompasaban a los de otro ser, de como le quemaba la piel cada vez que ella le besaba, de como se perdía entre su pelo y se dejaba envolver por su perfume... ese perfume que solo en ella olía tan bien...
-¡Eh!- Carlos volvió de golpe a la realidad al oirla. Estaba allí, delante de él, saludándole con una sonrisa por encima de la bufanda. Tan bella, tan mágica, tan... ella.
-Te he cogido te rojo, que casi no hay en casa. ¿Con que soñabas?, ¡te he llamado dos veces y ni caso!.
-Contigo.-  Le dijo mientras le bajaba la bufanda un poco más. Antes de que ella pudiera decir nada, la besó casi a traición, con un beso largo, profundo y dulce. De esos que empiezan en la boca y acaban en el alma. Un beso eterno.
-¡Caramba!, ¿y eso?- preguntó ella a media voz.
-Nada, sera la Navidad - dijo el mientras le lanzaba una mirada lasciva, desbordada de deseo.
De pronto la música navideña sonaba mas clara, las luces que decoraban las calles brillaban mas y las risas de la gente invitaban al buen humor. Cogidos de la mano se perdieron entre la multitud.

jueves, 20 de noviembre de 2014

El teatro (I) Una canción, un reflejo.*

Abrió la puerta y entró sin parar hasta la barra. En la calle unos miserables 3 grados ayudados por una ventisca polar cortaba la piel del valiente que se atrevía a salir de casa.
Entrar en el bar era como entrar en otro mundo. Al menos 22 grados de calor humano, risas, ruido, un ambiente ligeramente cargado de la mezcla de mil perfumes...
Carlos se sentó en la barra y cuando iba a pedir fue consciente de la canción que estaba sonando, era una vieja canción de Sabina que hacia tiempo que no escuchaba, "Princesa" se llamaba. Al pensar en la canción no pudo evitar que sus labios dibujaran una mueca entre sonrisa y dolor, esa mueca de cuando te sabes vencido. Ella volvió a sus pensamientos otra vez. Ella, tan irreverente, tan arbitraria, tan arrolladora como siempre, volvía a su cabeza sin pedir permiso. "-normal-" pensó. "-Pedir permiso nunca se le dió bien-". Por un instante esos meses de su vida pasaron por su cabeza como un torbellino, como la película que dicen que ven los que miran a la muerte de cerca. Recordó el día que la conoció y como empezaron a hablar de la canción que estaba sonando (Princesa) y cuanto les gustaba Sabina. Empezaron a charlar entre cervezas animadamente mientras un calorcillo iba surgiendo en sus almas y las miradas de uno quedaban atadas a las pupilas del otro...
Los días pasaron y aquel sentimiento se hizo fuerte, cenaban juntos muchos días, salían juntos a quemar la noche del fin de semana...
Ella era el centro de las miradas alli donde entraba; hasta le regalaban copas los camareros, pensando que un bombón así, sin duda atraería muchos clientes de los que necesitan ahogar su exceso de testosterona en alcohol. El se pasaba la noche rezando para que ninguno de aquellos patéticos complejos de inferioridad disfrazados de frases hechas, sonrisas profident , cuerpos de gimnasio y vasos siempre llenos, no despertara en ella la curiosidad suficiente como para relegarle a un segundo plano...
Otra mueca se dibujo en su rostro al recordar como habáa decidido olvidarla y apartarse de ella. En general intentaba apartarse de las cosas que pensaba que le iban a producir dolor y tristeza. Unos lo llaman cobardía, él le llamaba supervivencia. No quedaba mucho corazón que romper y no toleraba bien el dolor frío y punzante  de las relaciones que terminan. Así que siempre decidía apartarse antes de que las cosas fueran a mas y esta vez no fue una excepción. La diferencia es que esta vez parecía no haber llegado a tiempo. Sólo hacía una semana que habia decidido retirarse otra vez de los bares y las noches de sábado y también de ella pero no conseguía quitársela de la cabeza. La echaba de menos. Mucho. Demasiado.
Con un hondo suspiro, volvió a la realidad siendo consciente de que tenía lo que había querido tener y por tanto no podía quejarse. Su instinto de supervivencia había vuelto a ganar.
Miró al frente para localizar al camarero y sus ojos se quedaron fijos en el espejo de detrás de la barra. La música (aun sonaba Princesa) era mas nítida, las risas se oían más fuertes  y su corazón había dejado de latir al compás de una marcha fúnebre para empezar a hacerlo al ritmo de un rock & roll.  El espejo le anunciaba que ella estaba allí, detrás de él. Carlos agradeció aquel reflejo hasta el infinito y una sonrisa iluminó su cara, aún sin querer.
- Ya te dejo en paz. Sólo dime que tienes lo que querías.- Sus ojos se clavaron en los de Carlos.
- Lo cierto es que no.- Susurró Carlos.
- A tí lo que te pasa es que tienes la cabeza llena de pajaritos. Anda ya pido yo.
Carlos no dijo nada cuando los labios de ella tomaron los suyos al asalto. Despues oyó como el camarero preguntaba:
-que va a ser preciosa?
-Dos gin-tonic, por favor- contesto ella - El mio de Hendricks y para el tonto este, de Nordés.
Carlos sonrió mientras sonaban las últimas notas de la canción.
- No es demasiado tarde, princesa. No lo es - Pensó mientras la cogía por la cintura y la traía hasta el.
Carlos la miró y supo que nunca se volvería a apartar voluntariamente de ella. Nunca.


jueves, 6 de noviembre de 2014

Una mirada en la noche

La música suena invadiéndolo todo. La gente se mueve rítmicamente, intentando bailar en el exiguo espacio tomado al asalto entre la selva de cuerpos que se distribuye como en el juego del Tetris, ocupando hasta el último centímetro cuadrado del local. Al hipnótico compás de un reageton infame se encuentran y saludan los de siempre con los de siempre. Las mismas caras, los mismos gestos. Todo igual de previsible que siempre. Las palabras sorpresa y novedad están prohibidas.
Para mitigar la horrible sensación de "deja vu" que le oprime el pecho, Carlos llega como puede hasta la barra donde tres camareros se afanan en preparar copas con glamour, básicamente gin-tonics para pseudo entendidos del noble arte de los combinados.
Tras unos interminables minutos, Carlos puede hacerse un hueco en la barra y desafiar con la mirada a los camareros, hasta que uno acepta el reto y se acerca:
-¿que te pongo?
-Nordés por favor, con tónica.
Mientras espera, Carlos presta atención a la canción que suena, con la vana esperanza de que no sea la misma que el sábado pasado. Es inútil. El sábado por la noche en una ciudad pequeña es siempre igual. La misma gente, la misma música... todo es tan divertido y estimulante como leer un listín telefónico.
Carlos se pregunta,  una vez más, que diablos hace en un sitio así. No es su ambiente, no es su música y ni siquiera las copas se preparan con el cuidado y respeto que merece una ginebra de calidad. Al fin llega la copa y Carlos paga mirando con fastidio el vaso ancho donde preparan los gin-tonics cuando ya no quedan copas balón.
Vuelve hasta donde están sus amigos a tiempo de salir a fumar -Una oportunidad de respirar un poco- piensa mientras apura la copa de un trago, y sigue la fila que se va abriendo paso hasta la salida. Apenas cruzan la puerta los adictos al tabaco absurdo de los cigarrillos encienden apresuradamente los pitillos. El salir a fumar permite unos minutos de charla y risas con cierta libertad. Como en aquellos años en que el tabaco no mataba, el cigarrillo es la excusa para tener un mínimo de vida social cada veinte minutos. Carlos no fuma, al menos no ese veneno con que rellenan los cigarrillos hoy en día. El tabaco de verdad, al igual que los combinados de ginebra bien preparados, no tienen cabida en los locales típicos de un sábado por la noche. Carlos se fija en los grupitos de gente que se amontonan a la puerta del local, como abejas a la puerta de la colmena, preguntándose que diablos hace allá en medio. De entre la conversación banal e intrascendete emerge una risa de mujer, cálida y suave. Allí esta ella, rodeada de tipos que aprovechan cualquier excusa para tocar su piel, como sin querer, pero cargados de intención depredadora.  Durante un momento los ojos de Carlos se cruzan con los de esa reina de la noche y su piel  se eriza, mientras un escalofrío recorre su cuerpo e arriba a abajo hasta dar con su alma. Por un instante perdona el agobio de la gente, las copas servidas sin gracia y hasta la infame música de moda. Durante un breve lapso de tiempo los tipos sobones se difuminan y solo existe esa mirada cómplice que conecta dos corazones en la fría madrugada. Después todo vuelve a ser igual, bueno, todo no. Las copas empiezan a tener buen sabor y la música, aunque sigue siendo horrible parece que  suena bien. Carlos, ahora, tiene ganas de bailar.

lunes, 3 de noviembre de 2014

En esa hora madita (Lo que aprendí)

Una historia a medias. Eso es lo que soy. Lo vivido ha dejado sus huellas y cicatrices, algunas muy profundas, otras muy leves y fáciles de llevar. En resumen un montón de vivencias que me han llevado al día de hoy. Aunque soy mi mas duro detractor, he de reconocer que al final conseguí soportarme a mí mismo. Aprendí a tolerar, que ya es mucho, la cercanía de la gente y a relativizar sus opiniones y juicios, a veces mínimente acertados, otras ni eso. Aprendí a no juzgar,  aun tengo pendiente no empatizar hasta el infinito con aquellos que me importan y con los que no. Bueno, vale, esta bien, no quiero perder esa capacidad. Para bien o para mal creo que es parte de lo que soy. No creo mucho en la humanidad como especie, pero me cuesta negarle la oportunidad al individuo, a pesar de las continuas decepciones recibidas. Tal vez a tí, que lees esto en este momento, te sucede lo mismo y sabes de lo que hablo.
Aprendí a tomarme la vida como viene, a sufrir, pero lo justo. Aprendí a disfrutar la noche, a dormir poco, a reír mucho a emocionarme con un verso y con un ratoncillo de campo, con una canción. Aprendí a verme reflejado en la mirada de un perro. Aprendí a vivir un poquito mejor, aún cuando el destino, a veces caprichoso, se empeñe en ponermelo difícil. Aprendí a dejar las prisas para mañana, a respirar hondo, a ganar, a perder y a reírme de mis victorias y de mis derrotas. Aprendí que la vida es un juego y que mientras pierdes o ganas la partida, puedes sentir la emoción de jugar, con ese nudo en el estómago en los momentos delicados, con el frío del fracaso mas absoluto y con el calorcillo que da el acertar de vez en cuando.
Aún tengo la impresión de no encajar en los puzles que la vida pone ante mí, pero en lugar de intentar ser otra pieza, he decidido cambiar de puzle cada vez que no encaje. En alguna parte debe estar el mio, y si no existe, me he prometido divertirme intentando encontrarlo. Siempre habrá una pipa con un buen tabaco para disfrutar bajo un porche estrellado. Siempre habrá un gin tonic con ese sabor especial a cítrico de madrugada. Siempre habrá alguien dispuesto a reirse de mí o conmigo. Siempre habrá una mirada  que se perderá la mía y una sonrisa en la que desearé perderme yo.
En fin esto soy, aquí y ahora. Creo que es suficiente  por el momento, pero prometo volver alguna madrugada por esta plaza, en esa hora maldita en que debería dormir, y no puedo.
Feliz noche.