En esa hora maldita

En esa hora maldita

martes, 7 de mayo de 2019

Latidos de primavera.

Se desangra dulcemente el invierno a cada latido de vuestra primavera. Estaba ya intranquilo, siendo consciente por primera vez de cuanto os echo de menos cuando os vais. ¿Que tal el invierno?. Aquí todo sigue como siempre, alguna arruga más en el alma, tampoco muy profunda, que con los años la piel del corazón se endurece y a la vida le cuesta más dejar la huella de sus amargos pasos en la arena de mi playa, aún así, como os digo, alguna marca nueva arrastro y no es que duelan menos con el tiempo, no, es que se aprende a convivir con ellas, a sobrellevarlas combatiéndolas como a los temporales de nieve del invierno, con la esperanza de llegar a oler las flores en primavera. Sé que nunca os lo he dicho pero me la inquietud y su tenaza me recorren de arriba a abajo cuando se acercan estos meses y no sé nada de vosotras. A este pobre diablo solitario y apartado del abyecto mundo que la gente ha creado, le sienta bien vuestra presencia y el magnánimo regalo de vuestro arrullo a primera hora del día. Me sorprendo tragando saliva ante la posibilidad de que este año no paséis a verme, de que encontréis otras rutas más acordes con vuestro gusto y así se marchitan mis días, escuchando y desgranando los sonidos del campo, intentando dar con las notas alegres de vuestro canto hasta casi perder la esperanza y entonces, levanto la mirada y ahí estáis, un año más, una vez más. No sé por qué os espero, tal vez porque no anda uno sobrado de buenas compañías en esa hora maldita en que la soledad se hace omnipresente y te abraza fuerte, intentando en vano confortarte con su gélido beso, tal vez porque los días se suceden, raudos y veloces sin tiempo para disfrutarlos como se debe o tal vez simplemente porque necesito sentiros cerca. No lo sé, pero gracias por volver a estar aquí, os he puesto agua fresca y limpia donde siempre, después de tantos años  ya sabéis donde está todo. Será un bonito verano, uno más, que viviremos juntos, con sus largas y calurosas noches viendo como vuestros polluelos se abren paso. Confieso que me halaga saber que lo primero que verán será la piedra del porche de mi casa y que el sol que les acaricie sus primeras plumas,  será el mismo que bañe mi piel. No me extiendo más por hoy, que el tiempo apremia y hay que hacer del nido del año pasado, un hogar confortable para éste. Pasad, ya sabéis que estáis en vuestra casa, acomodaros mientras voy a por una silla, tendréis muchas aventuras que explicarme, y yo a vosotras. Sed bienvenidas.


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