En esa hora maldita

En esa hora maldita

lunes, 27 de abril de 2015

La extraña pareja

Carlos jugueteó con su gin tonic, intentaba parecer distraído, transmitiendo una calma que nada tenía que ver con lo que sentía en ese momento. Se llevó la copa a los labios y bebió un corto trago.
---Anda, suéltalo ya.---la animó, sabiendo lo que venía, pues tenía la capacidad de saber de ella cosas que no le mostraba, aunque intentaba no usar esa capacidad pues a su entender era como jugar con cartas marcadas. Era hacer trampa.
---Creo que no es buena idea. ---Dijo bajando la vista, rehuyendo su mirada--- Es cierto que hay cierta atracción que no se explicar, pero no estamos hechos el uno para el otro....
Ella también jugaba con su vaso, hablaba lentamente, eligiendo las palabras con un cuidado exquisito y dejando un  silencio en el aire con la esperanza de que Carlos la librara del mal trago y terminara la frase,  liberándola de la pesada carga de dictar la sentencia de una historia de amor imposible.
A Carlos le partía el alma verla sufrir, así que aceptó el embite terminando la frase ---Está bien, esta bien. No pasa nada. Si así lo quieres, así será. Lo dejamos aquí.
Apuró el vaso y se despidió con un cordial y educado beso. Se levantó y empezó a andar hacia la puerta. Su cabeza trabajaba a gran velocidad. Habían sido unos días tan intensos que casi se mareaba al recordarlos. En algún momento las conversaciones dieron lugar a risas compartidas, a miradas cómplices... a eso que se siente aun cuando no es buena idea sentirlo. Recordó el primer beso, apasionado hasta la locura, y su mente se llenó por un momento del aroma de aquella piel, del recuerdo de cómo les pilló desprevenidos el comprobar que sus almas y sus cuerpos encajaban poro a poro, como piezas de un puzzle que solo tienen sentido cuando se hacen una y permanecen juntas para siempre. Aquella mujer arrolladora y extrovertida se hizo pequeñita, tímida y dulce buscando el refugio de sus brazos mientras miles de besos iban y venían como flechas incendiarias en una de esas batallas que se ganan y se pierden a la vez. Esas luchas cuerpo a cuerpo del amor a cara descubierta, donde no hay límites, ni escudos, ni mentiras.Sólo  dos corazones latiendo al unísono, dos cuerpos que dejan de ser dos, para ser uno.
Carlos volvió a la realidad y se detuvo. Quería decirle tantas cosas... Quería decirle que seguramente no eran el uno para el otro, pero que allí estaban riendo y conversando como novios tontos. Quería decirle que era capaz de saber lo que ella sentía sin necesidad de que se lo dijera, que lo coherente sería asumir que en estas lides no todo es racionalizable, que seguramente aquello no conduciría a nada pero que aun así valía la pena intentarlo. Que dejara a un lado sus miedos, el lastre de su pasado, la gente, el mundo... Que simplemente se dejara invadir de la emoción que sentía (porque ambos sabían que la sentía) y que se diera una oportunidad de ser feliz, sin mirar atrás, sin importar nada más. Que no se preocupara de si le haría daño a él, que aceptaba ese riesgo y apostaba lo que hubiera que apostar, solo por ver hasta donde podría llegar algo que no era posible que pasara y que aun así pasó. Suspiró, la vio tan ahogada en el lastre de su pasado, tan atormentada por dolores antiguos que no le dijo nada. Tan solo siguió avanzando hacia la puerta y salió. A fin de cuentas como explicarle, sin hacerle sufrir más, que todo ese daño que ella decía que no quería hacerle si seguían adelante, se lo había hecho ya. Mejor dejarlo así.
Carlos siempre ha considerado que hizo las cosas lo mejor que supo, pero aún hoy, cada vez que pide un gin tonic su mirada se vuelve gris por un momento y mira en su teléfono por si acaso alguno de esos dioses en los que nunca ha creído, le mandan un milagro en forma de whatsapp. Un simple "te echo de menos" bastaría para correr a su lado por lejos que estuviera y envolverla en un abrazo eterno que  ni los miedos, ni el pasado, ni todos esos "no somos el uno para el otro", tan absurdos, tan crueles, tan injustos podrían evitar. Porque al final, si algo duele más que no llegar a buen puerto, es no embarcar.
Cada vez que os preparéis un gin tonic, cuando oigáis el alegre gorgoteo de la ginebra escurriéndose entre los hielos, pensad en la extraña, divertida y cómplice pareja que Carlos y aquella dulce muchacha nunca serán. No permitáis, por nada del mundo que os pase lo mismo,  con un Carlos que coleccione muescas de amores perdidos en el corazón tenemos bastante. ¿No os parece?.





2 comentarios:

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo, en el amor no hay imposibles. Buen relato, gracias por traerlo. Aprovecho para desearte un feliz día. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. O no debería haberlos. Como decía el maestro Sabina "No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamas sucedió". Abrazos

      Eliminar